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20141018

El día que le enseñé el dedo a Van Gaal

A decir verdad, Louis me cayó mal nada más verle. Veía en él un trozo de salchicha centroeuropea que no se parecía en nada al holandés chupao que tantas glorias le había dado a Can Barça. Se las daba de ser el Darth Vader del fútbol, pero no era más que uno de esos turistas lechosos que sufren sobre su pellejo el efecto gamba del sol meditarráneo.
Fumbor: publidad hasta en el ojete
Su imagen de Mariscal del futbol europeo, conquistador de una Copa de Europa, me generaba una mezcla de hilaridad y odio. Con sólo ver aquel juego desangelado, exento de creatividad y sus flatulencias explosivas ante los medios de comunicación, supe, ¡oh, sí!, que íba a fracasar. Ganó dos ligas, pero el juego del equipo lejos de entusiasmar era como una inyección letal. Yo en aquella época todavía era futbolero, y del Barça. Pero el juego del equipo me parecía un engranaje lleno de arena, que se atascaba a la más mínima oportunidad.

Como entrenador, Louis me recordaba al general Scheisskopf de Trampa 22, que en lugar de ganar batallas contra los alemanes, acumulaba medallas debido a la plasticidad de sus desfiles militares. Scheisskopf hacia soldar un alambre a los huesos de la mano y el fémur de sus soldados para que todos hicieran el mismo movimiento mientras desfilaban. Esa era más o menos la concepción del fútbol que tenía Louis Van Gaal. 

Lógicamente, quiso construir un equipo haciendo fichajes estelares; pero a pesar de lo ancho que es el mundo y la de jugadores interesantes que debe haber... él se trajo a los que habían ganado una Copa de Europa bajo sus órdenes en el Ajax. A todos ellos, sus amigos, novias, hermanos, cuñados, parientes y masajistas. Una trouppe que vino a vivir de las glorias pasadas. Cuando no, jugadores como Bogarde -que dios le guarde- que más que un futbolista parecía una joyería ambulante. 

Aún recuerdo la risa que me dio cuando en un partido amistoso el publico le ovacionaba -de coña, claro- cada vez que pateaba la pelota.


Mi venganza llegó aquel día, delante del monumento viril de Joan Miró en la calle Tarragona. Recuerdo que estaba paseando el perro por el parque cuando de repente sentí unos mugidos futboleros en la lejanía. Al acercarme, pude ver la caravana triunfal que bajaba por la avenida. Louis acababa de ganar una liga y lo estaba celebrando. En lo alto del autocar iba haciendo aspavientos en su habitual estilo monguer a la chusma que le jaleaba. Encima del autobús, con su sonrisa estúpida, iba saludando a las masas. No sé que masas, porque curiosamente allí sólo estábamos dos o tres personas.

De repente pasó por encima de mí. No lo pude evitar y le enseñé el dedo. El muy capullo me vio. Su cara contrariada fue todo un poema. Seguramente pensó que yo era un merengue. Pero no: el que le saludaba era un culé. Culé de nacimiento. 

Aquel típo me caía muy gordo Yo todavía no me había dado cuenta, pero él representaba toda la necedad del asqueroso especta-culo fútbolero. Recuperó la compostura y siguió con su canturreo: Barça-oe-oe-oeoeoeoe, con aquel ritmo Tercer Reich que tanto le caracterizaba. Él nunca llegaría a saberlo: acababa de ganar una liga y sin embargo había gente que le odiaba. 

Era un caso único en la historia del FC Barcelona [Actualmente Qatar FC] QEPD+