Es la cultura del pelotazo de dopamina que sacia los núcleos de recompensa del cerebro. Un objeto se convierte en vía para la satisfacción, reduce la ansiedad, hasta que su tenencia aburre y hay que adquirir otro objeto. Ya no pasas un sábado jugando al parchís con tu familia: te vas al centro comercial.
Si no tienes nada, no eres nadie. Si no puedes consumir lo que te meten a través del córtex cerebral, se apodera de ti un sentimiento de frustración.
Esta es una "técnica" que la publicidad (inventada por el sobrino americano de Freud, Edward Bernays), lleva perfeccionando desde hace un siglo.
Y lo malo es que ya no se trata de vender una licuadora o un teléfono móvil; mediante esta ciencia es posible vender que Macron es un "dirigente" o que Biden es "la democracia". Miles de corderos compran relatos en los que Macron es un titán capaz de enfrentarse a las más tremendas amenazas gracias a sus superpoderes de "libertad" y "democracia".
Meter ideas falsas en la mente de las ovejas es sumamente fácil, pues dominan la técnica para conseguirlo.
Hace 100 años, la "propaganda" para vender un abrigo se basaba en la resistencia de sus costuras, la calidad de su tela, su durabilidad, el aislamiento del frío, etc. De eso se pasó, gracias a Bernays, a "te sentirás diferente con este abrigo" o "serás la admiración de todo el mundo". El producto ya no se vendía por sus características objetivas, sino como una exaltación del ego.
Es la llamada al Yo primitivo, ese instinto ancestral que nadie controla. Es el anzuelo constante sobre el subconsciente, sin ningún filtro de la mente racional. El subconsciente es como una esponja que absorbe indiscriminadamente todo lo que le llega. La mente racional es lenta y requiere de entrenamiento. Es de ese modo que se instala la necesidad de poseer productos innecesarios. Es de ese modo en el que Biden se convierte en un abuelito fraternal que defiende a la humanidad del totalitarismo.
La publicidad y el marketing son enemigos de la humanidad.