
Hoy vamos a repasar la fascinante historia del noble arte de torear a partir de una de las obras del
filónsofor Fernando Saváter, eminencia de la
tontería brutal y
máster en estupidez anacrónica. Según este destacado autor,
loríjene de la cosa absurda esa cabe situarlos en un páramo desértico y árido en medio de una estepa, un lugar idóneo para que las más áridas, desérticas,
estépicas y
parámicas mentes alumbraran el deporte más enfermizo de la historia. En ese
hijjnoto lugar de la
EjjpañññÑÑia profunda, el 18 de julio del año 913, unos caballeros se desayunaban unas morcillas podridas en una pausa entre matanza y matanza de moros integristas (
integral moors) que
no habían pedido disculpas por los atentados del WTC ni por invadir Hispania durante ocho siglos. Mientras masticaban la sangre apenas coagulada descubrieron que sin matar no eran felices.

Después de hablar con Fray
Hildepuy de la Mata para que coligiera si eso de clavar sus aceros en un toro silvestre entraba o no en las enseñanzas de nuestro señor
Jesulín de Nazareth, éste
díjoles: "Sí, hijos, Él os da su bendición". "Conquistad, someted, masacrad, robad y esclavizad todo lo que os venga en gana". "Son quinientos
maravedís, más derechos de autor". Los caballeros, contentos de que su afición por masacrar contara con la aprobación de Dios S.A.U. iniciaron ese día una provechosa carrera criminal que continuarían sus descendientes. Después de arrasar todas las autonomías de los
moors y robar todo candelabro de oro y plata que hallaron a su paso, descubrieron que había otro continente que privatizar allende los mares.
El contento que ese
descubrimiento produjo en sus cristianos corazones fue celebrado con la lidia de todo
judío o morisco que encontraran pastando en sus extensos latifundios sin autorización previa de Dios S.A.U.. Cualquier cosa que fuera susceptible de ser ensartada con sus largas picas
cipoteras lo era por mandato divino, pues así Dios lo dispone.

El mundo para ellos, después de 8 siglos lidiando sin parar, no era más que un enorme coso lleno de bestias que, como Satanás, unas veces tienen cuernos y otras no. El Nuevo Mundo les estaba esperando y no tardaron en
lidiarlo de forma mecánica y eficaz. Los chorros de oro inundaban sus palacetes y segundas residencias, a la espera de nuevas conquistas. Pero no se piensen que por haber conquistado un nuevo mundo se olvidaron del viejo. En absoluto, en el viejo había mucho hereje al que lidiar, así que después de clavar una pica en Flandes y otra en
Nápoles se sentaron un rato a descansar.

Descansar está bien. El
finde, las vacaciones, el sol, la playa, la paella, la sangría, los
carajillos... Todo eso es muy relajante. Pero sin matar se aburrían. A esos aguerridos caballeros, que ahora ya disponían de títulos como Vizconde, Conde-Duque, Virrey y otros agradables tratos nobiliarios, les encantaba entrar en los los lugares
conquistados con un caballo bailando
claqué, una casaca bordada en oro hasta los sobacos, la cabeza bien alta, cara al sol, y una altivez principesca digna de su rango. Eso daba buena cuenta ante indios, hugonotes, luteranos y otros
piltrafillas de su alcurnia, abolengo,
carácter divino, místico y sobrehumano. Y para los ratos en que no había nada que conquistar ni someter, siempre era bueno matar toros a lanzazos.
El
filósonfor ese destaca en su
maJistral hobra que hubo un momento en que tanta holganza hizo descender la productividad matarife hasta límites alarmantes, cosa que fue aprovechada por los otrora lidiados para iniciar una
contrarreforma por la retaguardia.

Los cortijeros lidiadores se habían acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades. Las jarras de vino, las interminables partidas de cartas, la violación de mesoneras tetudas, los duelos por cuestiones
caballerescas o escribir 300 obras de teatro cada semana habían
sustituído el sano arte de matar, someter, conquistar y liquidar. Después de que las acciones de
Felipe II Brothers cayeran en picado en la bolsa de
Ausburgo, se declararon en bancarrota y se vieron a merced de los inversores internacionales.
De repente, los aguerridos cortijeros se encontraron en el paro sin poder lidiar a nadie.
Tenían mucho patrimonio pero como no podían venderlo no tenían cash para ir al supermercado. Los indios, los napolitanos y los bohemios
les defenestraron sin haber pasado de semifinales. Fue en ese momento cuando decidieron volver a su árida, desértica,
parámica y
mesética estepa para reflexionar sobre su futuro. La pregunta era... ¿a quién sometemos ahora? La respuesta surgió rápidamente en sus mentes preclaras. Tenían un país, era suyo en su totalidad, pero desafortunadamente estaba lleno de comunistas, brujas, holgazanes y demás enemigos de Dios, S.A.U. Tenían un país escriturado a su nombre, pero desgraciadamente estaba okupado por piojos. Era obvio que debían continuar su labor desinfectante, con más sometimientos y exterminios.
Pero mientras acababan de concretar sus planes para dominar absolutamente su cortijo, se encontraron de repente con una sorpresa desagradable. Los malvados europeos habían puesto de moda ser civilizado y coherente. De pronto se encontraron con que su propio Rey
prohibió su deporte del finde, eso de matar toros. Sin tiempo para reaccionar,
un vecino hijoputa les lanzó una OPA hostil que les dejó con el tembleque, sin saber ya a quien someter.

Y
antonse, siempre según
Saváter, Premio N
obel de la Hez, hubo una
RABOLUSIÓN. Sí, como lo oyen. Un
hacho trascerdetal de la historia de los cortijeros. Un día, don Ramiro de la Pica, vizconde de la Poca-Monta, intentaba matar sin éxito a un toro nervioso,
de los que si se dejan, se dejan, y si no se dejan, no se dejan, cuando viendo las
dificultades del vizconde, su ayudante, con una servilleta
primorosamente bordada en oro, le dio dos pases al toro y luego
lo mató con su propia espada. Ese hecho sin precedentes en la historia del toreo, y por ende de
EjjpaññññIa, supuso la democratización definitiva del cortijo, al apropiarse las clases populares de los signos distintivos de príncipes, vizcondes, marqueses y demás fauna
salsarrosence.
La "democracia" había llegado. Desde aquel día, sucios proletarios a los que
tanto les daba pasar hambre como clavarse un
piercing en el esfínter se encargarían de someter, doblegar, domeñar y templar a los toros, mientras que los inventores originales del artefacto se encargaban de someter, doblegar, domeñar y templar al resto del pueblo español. Primero organizaron una
gran corrida de liberales (de los de entonces, no confundir con Ánsar y otros libeGales digitales) Luego vinieron los
obreretes que no se conformaban con cobrar dos pesetas y una patata por doce horas de trabajo. También los indigentes rurales fueron lidiados en su momento. ¿Para qué necesitan ustedes una reforma agraria si pueden someter toros a todas horas,
einn? Ese gran avance
democrático de la sociedad española tuvo una gran repercusión en todas las clases sociales. Había una libertad total para
empeñar el colchón y obtener así
cash para ver las corridas de José el
Lebrijas y Pepe
Hilillos de
Plastelina, grandes eminencias de la sociedad, y abroncar al presidente, por más importante que fuera, si les daba una oreja de más. Democracia en estado puro, -como se puede ver.
Mientras dentro de la plaza de toros todo iba sobre mulillas, el resto del cortijo estaba hecho un asco. Las clases populares,
subvertidoras del orden establecido, lo dejaban todo pringado con pieles de naranja, latas de sardinas y cáscaras de altramuces (alimentos habituales de esa chusma) Para paliar esos desmanes organizaron una segunda lidia de moros en Marruecos, gracias a la cual el país experimentó un avance
imparable. Un avance
imparable hacia la catástrofe. El cortijo estaba asolado por la
tuberculosis y el hambre pero el circo taurino experimentaba un alza constante. Hubo una primera dictadura cortijera para someter un
poquillo a la población indignada. Luego hubo otra gran corrida, esta de rojos, para someter a los enemigos de Dios S.A.U. (es que no paran) Y finalmente vino el silencio sepulcral.

Los cortijeros, una vez sometido todo aquello que podían someter, y sin nuevos objetivos a la vista (
de los que si se dejan, se dejan, y si no, no) se centraron en perfeccionar su deporte de sometimiento y tortura. A falta de otro modo de ganarse pan y fama, los habitantes humildes del cortijo podían sentirse nobles por un día y, vestidos como un paje de Luis
XVI, salir por una puerta grande
ornada con
principescos adornos, con la cabeza bien alta, a lomos de una masa amorfa. La "igualdad de oportunidades" que eso representa fue loada por grandes
abstemios norteamericanos como
Hemingway,
Orson Welles y
Charloton Heston.

Las modalidades de lidia se fueron perfeccionando con los años, al tiempo que los nombres de
Dominguín, el Cordobés y el
Viti le daban al cortijo una indudable proyección internacional. La democracia estaba asegurada en el latifundio pues se cuenta que un día Papá
Supercortijero estaba cazando con uno de los
dominguines y,
distendidamente le preguntó: "
Me he enterado de que uno de vosotros es comunista. ¿Cual de los tres?" A lo que el valiente torero
respondiole: "Los tres, mi general, los tres". Y después de ello el Caudillo Cortijero expulsó al aire una sonora carcajada, al tiempo que abatía una perdiz de un certero disparo. A él sólo le gustaban los comunistas con casta, solera y raza.
Desafortunadamente para los cortijeros un día llegó la Democracia. Noooooooo, que es broma, jajaja!!!: era una cosa que se le parecía. En ese nuevo escenario, su deporte se puso en cuestión de forma repetida. De todas formas, los políticos "democráticos" ayudaron a estos longevos criminales a sobrevivir un día tras otro. Luego vino una crisis profunda, pero gracias a la financiera del Corte Escocés los cortijeros pudieron gozar de su deporte
por tan solo trescientos euros 4 matanzas+hotel+cubatas y el desfibrilador por si las moscas.
El futuro de la horda, hoy
cultural, está por ver. Según
Saváter, el deporte cortijero se seguirá practicando en las lunas de Júpiter en el siglo
XXIV. Según otras quinielas, a pesar del continuo
boca-a-boca del Estado, el cura lo tienen ya en la puerta para darles la extremaunción.