La cosa esa del deporte es algo propio de personajes cuyas neuronas (en caso de tenerlas) nadan en un mar de cerveza caliente. El deporte es malo. Juegas un partidillo de futbol con los amiguetes y al día siguiente te sientes como si las hordas de Atila hubieran cabalgado sobre tus riñones. Decir que tienes agujetas es un eufemismo porque le deberían llamar 'agujas' directamente. Yo no me conformo con practicar cualquier menudencia de deporte y, mucho menos, ejercicios masoquistas que te dejan p'al arrastre. Tiendo a evitar las aglomeraciones donde huele a sobaco sudao. Nada de estadios abarrotaos donde los alaridos vienen acompañados de un insoportable olor a frankfurt con mostaza. De ahí que mi deporte favorito sea… el TIRO AL PLATO. Un deporte de minorías con un gran prestigio intelectual.
Entre todos los deportes patéticos habidos y por haber sobresale por su plasticidad y utilidad social. Es un auténtico placer liarse a tiros con todas esas vajillas volantes. Naturalmente, la fábrica Porcalanosa no da abasto para surtirne de platos, de modo que he comenzado también a hacer prácticas con vinilos de Georgi Dann, Abba y stocks de discos incatalogables y, por supuesto, descatalogados. Como último recurso se puede dar buena cuenta de todos los cd’s cutres de Joaquin Sabina, Camela y Mari Carmen y sus muñecos que todavía quedan en las gasolineras españolas.
[Sólo como curiosidad: el tiro al plato es más antiguo que el futbol. Nació en 1880 ante la necesidad de sustituir los pichones en los ejercicios de tiro, pues resultaba caro. Los pichones costaban un huevo de criar y además escapaban casi siempre...]