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20160111

David Bowie: el músico y el personajillo

David Bowie ha muerto y, lógicamente, ha desencadenado un alud de artículos y comentarios alrededor del mundo. La opinión pública mundial se ha rendido ante su tumba, pero yo voy a dar un visión diferente de este suceso.

Cuando hablamos de David Robert Jones (Londres, 8 de enero de 1947 - Nueva York, 10 de enero de 2016), nos estamos refiriendo a una persona dual. Por un lado, hay que reconocer a uno de los músicos más influyentes del siglo XX. Su discografía entre 1966 y 1972 hay que colocarla en un altar. El joven Bowie fabricó música pop inimaginable en el reino del mal gusto actual. Eran otros tiempos. Todavía existía una vanguardia intelectual de la clase media y trabajadora en los países occidentales que podía convertirse en palanca para un cambio radical de la realidad. Todo eso se lo cargó el binomio Reagan-Thatcher, mediante complejas artimañas de ingeniería social. Y muchos de estos personajes de la farándula pusieron su granito de arena en consolidar el asunto.

Resaltar al personajillo Bowie resulta inevitable. Desgraciadamente, gracias a su status de influyente figura de la industria del entertaiment ayudó a consolidar pautas de comportamiento y modelos de sociedad que resultan como poco pintorescos. Hoy en día estamos en pleno proceso de renovación de conceptos, en medio de una crisis de nuestra civilización. Muchos de los pecados del pasado son imperdonables. 

No voy a extenderme en los errores públicos de este personajillo ni en su contribución al modelo de sociedad que ha desembocado en la cloaca actual. No voy a relatar los tiempos en los que Bowie era una loca desquiciada calzada con unos leotardos de piel de tigre. Voy a pasar por alto cuando en 1976 declaró su admiración por Adolf Hitler y afirmó que lo que el Reino Unido necesitaba era un "líder fuerte". 
Eso son cosas privadas de su biografía apócrifa. Se las llevará a la tumba, con un poco de suerte...

Porque, a fin de cuentas, cuando la sociedad occidental se libre del lastre condicionante de este tipo de personajes, que la gente se acuerde únicamente de la música que le inmortalizó será lo mejor para su memoria. Si el fantasma de Bowie oyera esto tendría que entender que su paso por el mundo debería haberse limitado a grabar su música y dejarnos en paz con su "influencia estética" y "cultural". Un músico, un artista, debe limitarse a mostrar su obra. Sus "tendencias políticas y sexuales" al resto de los mortales nos importan un bledo.

La mejor expiación para David Robert Jones, en un día como hoy, consiste en recordar su obra musical. Sobre los aspectos extras de su vida pública y privada sólo cabe correr el tupido velo de rigor. Canciones como este Wild Eyed Boy from Freecloud, incluída en su genial obra Space Oddity (1969), son las que le harán pasar a la historia.
La canción habla sobre los disociados, los diferentes, los excluidos, los que son humillados, despreciados, los que sufren un trato diferente al resto, los que se sienten como que se les deja al margen, debido a sus "particulares condiciones". Es una maravilla, una obra de arte, que contó con los arreglos orquestales de Tony Visconti.

Escuchar las canciones de su primera época es siempre un placer.