Hace muchos años que se sabe que Elvis, el rey del rock, tenía disfunciones eréctiles. Desde mucho antes de su muerte se sabe que abusaba de las anfetaminas, los tranquilizantes, los barbitúricos, hipnotizantes, somníferos y todo aquello que una ingesta de alcohol amplía a la categoría de drogadicción. Son públicas asimismo sus complicadas relaciones con las mujeres, especialmente con la dragoniana Priscilla, y su más que posible complejo de Edipo. También es obvio que su "servicio militar" en la Alemania ocupada representó un antes y un después en su carrera. Cabe recordar que ciudades como Hamburgo, a principios de los 60, eran algo así como Sodoma y Gomorra. Lo último que se supo de Elvis antes de su muerte en 1977 es que había ido en helicóptero, rodeado de guardaespaldas, a un McDonals en las afueras de Menphis y que se llevó al menos treinta quilos de material orgánico reciclado. Rumores sobre las causas de su sobrepeso y sobre el mal gusto de su diseñador de ropa creo que son inncesarios. Todo esto, y muchos detalles más sobre su decadente vida en los años anteriores a su muerte, son sobradamente conocidos desde hace más de treinta años.
La prensa sensacionalista se encargó en su momento de despojar el cadáver.
No obstante, algún listillo ha decidido escribir otra "biografía definitiva" con lo que es público y notorio y venderlo como si fuera una novedad. Cansa ya de tanta reiteración y tanta imitación disfrazada de novedad. Pero entre escribir sobre las relaciones de Ricky Martin con las hortalizas y escribir sobre el gran Elvis, el Rey del Rock'n'Roll, hay una diferencia muy grande. El rey ha muerto. ¡Viva el Rey!