Cuando has pasado más de una vez por la traumática experiencia de acompañar a una tía de compras sabes que es una experiencia muy desagradable. Sobre todo cuando se trata de una consumista compulsiva y enferma que se pone a mil viendo como saltan chispas de la tarjeta de crédito. Yo sé muy bien lo que es eso. El stress que genera comienza en las pantorrillas. Hay una primera fase de impaciencia en la que no paras de resoplar. Comienzan a dolerte los pies de forma intolerable. Te sientes ridículo, fuera de lugar. Eres como un animal que ha sido sacado de su hábitat natural: el bar. No sabes donde meterte. Incluso miras a las dependientas y a las nenas que salen de los probadores sin ningún apetito carnívoro. La ansiedad comienza a apoderarse de ti lentamente. No sólo tienes que hacer de crítico de moda, también te conviertes en economista. Es decir: comienzas a analizar las consecuencias macroeconómicas del evento. Por si fuera poco, la tía te utiliza como animal de carga. Cuando ya ha visitado siete tiendas, las bolsas te cuelgan hasta de las fosas nasales. Algunos se resignan e interiorizan su incomodidad con una sonrisa de circunstancias. Otros optan directamente por el divorcio. Y algunos, los menos, deciden suicidarse.
Sí, no es coña. Un chino llamado Tao Hsiao se lanzó desde la cuarta planta de un centro comercial en la ciudad de Xuzhou, China Oriental. Después de una maratoniana sesión de shopping de más de cinco horas, le acababa de exigir a su novia volver a casa. Hubo una acalorada discusión porque la tía, a pesar de que tenía 500 pares de zapatos, quería comprarse otro par más. Aparte de estar enferma, la tía esta era una chantajista moral y comenzó a reprocharle a Tao que quería “arruinarle la navidad”. [¡¡Esto es indignante: ni los pobres chinos se libran de la mierda de la Navidad!!] Fue entonces cuando Tao soltó las bolsas y se tiró al vacío. A mi no me extraña en absoluto.
Justamente en la planta de abajo del centro comercial había un restaurante chino |
No sé lo que diría el tío Sigmund de una tía que tiene 50 pares de zapatos en su casa. La obsesión por llevar bien adornadas las pezuñas es algo que no acabo de entender. Pero os puedo asegurar que este tipo de tías, obsesas de los zapatos, existen.